Has pasado a mi lado y me has dicho: “Sígueme: te haré pescador de hombres” ( Mt 4,19). Y respondiendo a tu llamado, quiero dejar mis redes y seguirte (Mt 4,20).
Sé que para seguirte tengo que renunciar a mí mismo y cargar con mi cruz ( Mt 16,24). Quiero aprender a cargar con mi cruz para poder ir detrás de ti y ser tu discípulo (Lc 14,27). Es necesario que tome una actitud profundamente humilde de servicio como la tuya, lavando los pies a mis hermanos (Jn 13,14).
Sí, quiero seguirte, adondequiera que vayas (Ap 14,4). Quiero estar siempre contigo, Jesús (Mc 3,14). Quiero tener siempre puesta mi mirada en ti, como pionero y consumador de nuestra fe (Heb 12,2). Quiero seguir tus huellas (1 Pe 2,21), y reconocer siempre tu voz (Jn 10,27).
Quiero dejarlo todo para seguirte (Lc 14,33). ¡Tú eres mi Señor y mi Dios! (Jn 20,28). ¡Soy todo tuyo, Cristo Jesús! (1 Cor 3,23). No permitas que mire más hacia atrás, pues ya he puesto mi mano en tu arado (Lc 9,62).
Quiero pertenecerte, tanto en la vida como en la muerte (Rom 14,8). Quiero ser tuyo (1 Cor 3,23), descendiente de Abrahán, de modo que se puedan cumplir en mí todas las promesas de Dios (Gál 3,29).
Quiero comprometerme contigo, con tu obra y con tu Reino (2 Cor 11,2). Tener tu pensamiento (1Cor 2,16), y tus mismos sentimientos (Flp 2,5). Revestirme de ti (Gál 3,27); vivir en ti (2Tim 2,11) y para ti (2Cor 5,15); que tú seas mi vida (Flp 1,21); que te pueda ver en todo y en todos (Col 3,11).
Busco ser semejante a ti (1 Jn 3,2); permanecer en ti, de modo que llegue a comportarme como tú te portaste en esta vida (1 Jn 2,6); ser injertado en ti para poder participar de tu muerte y de tu resurrección (Rom 6,5).
La fe en ti es el único camino para poder llegar a hacer las mismas cosas que tú haces (Jn 14,12).
Sólo siendo tuyo podré predicar tu Buena Noticia (Mc 3,14). Sólo así tendré palabras para anunciar valientemente el misterio de tu Evangelio (Ef 6,19).
Para ello es necesario que me enseñes a sufrir contigo (Rom 8,17). Hasta encadenado debo ser embajador de este Evangelio: que Dios me dé fortaleza para comportarme siempre como debo (Ef 6,20).
Quisiera poder ser en tus manos un instrumento valioso para dar a conocer debidamente tu nombre, aunque ello me pueda costar innumerables sufrimientos (Hch 9,15s).
Que no me predique más a mí mismo, sino que sólo me preocupe de anunciarte a ti como Señor (2 Cor 4,5) de todo y de todos.
Sé que el Padre Dios me llamó por su mucho amor y le gustó revelar en mí a su Hijo para que lo anunciara entre los pueblos (Gál 1,15s). Señor Jesús, hazme fiel a esta gracia que se me ha concedido de anunciar al pueblo tus incalculables riquezas (Ef 3,8).
Quisiera ser tu testigo ante todos los hombres (Hch 22,15); junto con todos los apóstoles quiero ser testigo de tu resurrección (Hch 1,22). Que la fuerza de tu resurrección esté siempre patente en mí, Señor (Flp 3,10).
Que tu Padre sea plenamente mi Dios y yo llegue a ser para él plenamente un hijo (Ap 21,7). Padre nuestro, siguiendo tus planes, haznos llegar a ser como tu Hijo, semejantes a él, de modo que él llegue a ser primogénito en medio de numerosos hermanos, hijos todos tuyos (Rom 8,29). Tú, que dispones de todas las cosas como quieres (Ef 1,12), haz que nos vayamos transformando en imagen tuya, cada vez más resplandeciente (2 Cor 3,18).
“La meta es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios. Así llegaremos a la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).
Todo esto lo pido al Padre en tu nombre, para que el él sea glorificado en su Hijo (Jn 14,13).