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lunes, 24 de mayo de 2010

TESTIGO


El que ofrece pruebas para confirmar algún hecho, acontecimiento, proeza o pacto es testigo; las pruebas constituyen sus testimonios y estas pueden ser concretas u orales. Por ejemplo, las siete corderas que recibió Abimelec de mano de Abraham (Gn 21.30) sirvieron de testimonio de que el último había cavado el pozo en Beerseba. Asimismo, las piedras del majano de Labán (Gn 31.52), el altar de Josué (Jos 22.27), las tablas del decálogo (Éx 31.18) y el tabernáculo mismo (Nm 17.7, 8 y Hch 7.44) son testigos de pactos y acontecimientos. La palabra escrita de Dios, según el salmista, es su testimonio, la heredad del hombre y el gozo de su corazón (Sal 119.111).
En sentido forense, es más común el testimonio oral. Según la Ley Mosaica, para condenar a una persona acusada de un crimen era preciso tener las declaraciones acordes de dos testigos (Nm 35.30; Jn 8.17; 1 Ti 5.19). Si apedreaban al criminal, los testigos tenían la obligación de confirmar su testimonio arrojándole las primeras piedras (Dt 17.6, 7; Hch 7.58). El testigo falso debía sufrir la misma pena que hubiera correspondido al acusado. Uno de los diez mandamientos prohíbe el testimonio falso (Éx 20.16). No obstante, esto era una práctica algo común, como se nota en el proceso del Señor Jesucristo (Mt 26.59ss) y también en el apóstol Pablo (Hch 25.7).
El testimonio va más allá del simple sentido forense e incluye una aprobación o respaldo personal. Tal es el testimonio de Dios el Padre (Jn 5.36, 37) o del Espíritu Santo (1 Jn 5.6) acerca del Hijo. Así también el testimonio de Juan el Bautista es una expresión de lealtad y devoción (Jn 1.6ss, 19–37). Los discípulos se convirtieron en testigos no tan solo de los hechos históricos de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo, sino también de su propia fe en Él, de la realidad de su presencia y del cumplimiento de sus promesas (Lc 24.48; Hch 1.8). Dispuestos a testificar hasta la muerte si era necesario, los apóstoles aportaron un nuevo sentido al significado de la palabra testigo (cuyo equivalente en griego era maŒrtys, de donde viene nuestra palabra «mártir»). El primer mártir del cristianismo fue ® Esteban, quien selló con su sangre el testimonio de su vida y de sus labios, el prototipo de todos los que estiman la verdad de Cristo por sobre todas las cosas.
Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.

E agora, senhora, rogo-te, não como escrevendo-te um novo mandamento, mas aquele mesmo que desde o princípio tivemos: que nos amemos uns aos outros.
E a caridade é esta: que andemos segundo os seus mandamentos. Este é o mandamento, como já desde o princípio ouvistes: que andeis nele.

2 João 1:5-6


Siempre su amor esta a tu alcanze

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